martes, 4 de febrero de 2014

Llevarse a un chico como Rudy podría considerarse un robo por diversos motivos —tanta vida por delante, tantas razones por las que vivir— y, sin embargo, estoy segura de que le habría encantado ver los horribles escombros y la hinchazón del cielo la noche en que murió. Si hubiera podido ver arrodillada a la ladrona de libros junto a su cuerpo diezmado, habría gritado de alegría y girado sobre sí mismo y sonreído. Le habría encantado contemplarla besándole los polvorientos labios devastados por las bombas.

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