-La señora Pincent me contó que mis padres eran egoístas-balbució sintiendo un nudo en la garganta-. Me dijo que debía odiarte, y yo te odiaba...- Tragó saliva con rabia-. Pero ahora -añadió-, ahora estoy orgullosa de ser tu hija. Orgullosisima. Y te prometo que no te fallaré.
Su madre sonrió, y Anna vio que se le saltaban las lágrimas.
-Nunca nos fallarás, cielo - murmuró-. Ninguno de los dos. No os preocupéis. Nos marcharemos lejos, muy lejos de aquí, y todo ira bien. Ya lo veréis.
La declaración.
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