martes, 21 de enero de 2014

Yo siempre supe que éramos una familia rara. Para empezar estaba yo. Muy alto, muy flaco, muy pelirrojo. Mi mamá era linda pero diferente. Tenía algo sólido. Algo rectangular y poco sentimental. Seguía la moda de la reina. Papá era más normal. Siempre tenía tiempo disponible. Después de dejar de enseñar en la universidad a los 50 años estaba eternamente disponible para charlar o para dejarme ganar al ping-pong. Y estaba el hermano de mamá, el tío Desmond. Siempre impecablemente vestido. Pasaba el día, pues... siendo el tío Desmond. Era el hombre más encantador y menos astuto que pudieras conocer. Tenía la mente en otras cosas, aunque nunca averiguamos qué eran. Y, finalmente, estaba Catherine. Katie. Kit Kat. Mi hermana. En una casa de sacos y peinados sensatos había una ¿cómo la describo?, cosa de la naturaleza. Con sus ojos de duende, sus camisetas púrpura y sus pies siempre descalzos era entonces, y aún es, para mí la cosa más maravillosa del mundo.

Una cuestión de tiempo.

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